Bueno, pues ya han vuelto los mochuelos a sus nidos. Se acabó la II Marcha por la Visibilidad. Como resultado nos queda la suave resaca, el regustillo agridulce de haber rodado, pisado, bastoneado y cojeado la calle Atocha de Madrid que por un día cambió su peculiar color gris cemento para convertirse en el papel blanco sobre el que reflejar nuestros derechos pisoteados por la ceguera, sobre todo, institucional. Durante unas horas nuestras voces se han unido en una sola corriente poderosa de independencia, un vozarrón fiero exigiendo la libertad de la que nos sentimos privados. Hemos experimentado, cada uno con su diversidad, aquel viejo lema de que la unión hace la fuerza. Esa ha sido la parte dulce y que no se deja empañar por el aspecto agrio de que deberíamos ser más, que un día dejaremos la calle Atocha porque se nos hará pequeña y tendremos que utilizar la Castellana, Gran Vía o Alcalá. Un día pondremos nuestra bufanda reivindicativa al cuello de la diosa Cibeles, pero habrá que seguir luchando, habrá que seguir exigiendo, habrá que aguantar la desidia de nuestros políticos, las incomodidades de Iberia o Renfe. Nuestros culos maltrechos habrán de soportar nuevos y actuales baches, pero al final lo conseguiremos. La II Marcha ha terminado, pero desde Málaga o Córdoba, desde Gerona o Barcelona, desde Orense o Vigo, desde todas las esquinas del reino, a pesar de todos los esfuerzos, ya hay gente que se siente con ganas de apuntarse a la III Marcha, desde la que ya, me apunto yo.
Desde mi nido, un mochuelo más.
Antonio R.